Antes de salir de casa se había acicalado con esmero, resuelto a causar buena impresión en la que, sin duda, era madre de un futuro alumno. Al llegar a la puerta se arregló cuidadosamente la corbata, golpeando después la pesada aldaba de bronce que pendía en las fauces de una agresiva cabeza de león. Extrajo el reloj del bolsillo del chaleco y consultó la hora : siete menos un minuto. Aguardó, satisfecho, mientras escuchaba el sonido de unos pasos femeninos que se acercaban por un largo pasillo. Tras un rápido correr de cerrojos, el rostro agraciado de una doncella le sonrió bajo una cofia blanca. Mientras la joven se alejaba con su tarjeta de visita, entró don Jaime en un pequeño recibidor amueblado con elegancia. Las persianas estaban bajas y por las ventanas abiertas se oía el rumor de los carruajes que circulaban por la calle, dos pisos más abajo. Había testeros con plantas exóticas, un par de buenos cuadros en las paredes y sillones ricamente tapizados en terciopelo de seda carmesí. Pensó que se las iba a ver con un buen cliente, y ello le hizo sentirse optimista. No estaba de más, habida cuenta de los tiempos que corrían.
La doncella regresó al cabo de un momento para rogarle que pasara al salón tras hacerse cargo de sus guantes, bastón y chistera. La siguió por la penumbra del pasillo. La sala estaba vacía, así que cruzó las manos a la espalda e hizo un breve reconocimiento de la estancia. Deslizándose entre las cortinas semiabiertas, los últimos rayos del sol poniente agonizaban despacio sobre las discretas flores azul pálido que empapelaban las paredes. Los muebles eran de extraordinario buen gusto ; sobre un sofá inglés campeaba un óleo de firma, mostrando una escena dieciochesca : una joven vestida de encajes se columpiaba en un jardín, mirando expectante por encima del hombro, como si aguardase la inminente llegada de alguien muy deseado. Había un piano con la tapa del teclado abierta y unas partituras en el atril. Se acercó a echar un vistazo : Polonesa en fa sostenido menor. Federico Chopin. Sin duda, la poseedora del piano era una dama enérgica.
La doncella regresó al cabo de un momento para rogarle que pasara al salón tras hacerse cargo de sus guantes, bastón y chistera. La siguió por la penumbra del pasillo. La sala estaba vacía, así que cruzó las manos a la espalda e hizo un breve reconocimiento de la estancia. Deslizándose entre las cortinas semiabiertas, los últimos rayos del sol poniente agonizaban despacio sobre las discretas flores azul pálido que empapelaban las paredes. Los muebles eran de extraordinario buen gusto ; sobre un sofá inglés campeaba un óleo de firma, mostrando una escena dieciochesca : una joven vestida de encajes se columpiaba en un jardín, mirando expectante por encima del hombro, como si aguardase la inminente llegada de alguien muy deseado. Había un piano con la tapa del teclado abierta y unas partituras en el atril. Se acercó a echar un vistazo : Polonesa en fa sostenido menor. Federico Chopin. Sin duda, la poseedora del piano era una dama enérgica.
Avant de quitter la maison, il s'était pomponné avec soin, résolu à causer une bonne impression à celle qui, sans doute, était la mère d'un futur élève.
Arrivé devant la porte, il arrangea méticuleusement sa cravate, et frappa ensuite le lourd heurtoir de bronze suspendu à la gueule d'une agressive tête de lion. Il sortit de la poche de son veston sa montre et regarda l'heure : sept heures moins une minute. Satisfait, il attendit pendant que le bruit de pas féminins s'approchant dans un long couloir se faisait entendre. Après que la porte se fut rapidement déclose, le charmant visage d'une demoiselle orné d'une coiffe blanche lui sourit. Alors que la jeune femme s'éloignait, munie de la carte de visite, don Jaime entra dans un petit vestibule meublé avec élégance. Les persiennes avaient été baissées, et par les fenêtres ouvertes, on entendait le brouhaha des coches circulant dans la rue, deux étages plus bas. Des pots de fleurs abritant des plantes exotiques, deux beaux cadres accrochés au mur et des fauteuils richement habillés de velours de soie couleur carmin occupaient l'espace. Il pensa avoir affaire à un bon client et il s'en réjouit. Cela ne ferait pas de mal en ces temps qui couraient.
Au bout d'un certain moment, la demoiselle revint, et après l'avoir débarrassé de ses gants, de sa canne et de son chapeau haut de forme, elle le pria de passer au salon. Il la suivit dans l'obscurité du couloir. La salle était vide, il croisa les mains derrière le dos et fit une brève inspection de la pièce. Les derniers rayons du soleil se glissaient entre les rideaux à moitié fermés et venaient agoniser lentement sur les discrètes fleurs bleu ciel qui revêtaient les murs. Les meubles étaient d'un bon goût extraordinaire. Au dessus d'un sofa anglais, une peinture à l'huile signée, représentant une scène du XVIIIème siècle, resplendissait : une jeune fille habillée de dentelle faisait de la balançoire dans un jardin, observant avec expectation par dessus son épaule, comme si elle attendait l'arrivée imminente d'une personne vivement désirée. Un piano était là, le couvercle du clavier ouvert, des partitions sur le pupitre. Il s'approcha pour y jeter un coup d'œil : Polonaise en fa dièse mineur. Frédéric Chopin. La propriétaire du piano était, sans aucun doute, une femme énergique